Tres abrevaderos irrumpen con fuerza en mi memoria transportándome a mi niñez en el pueblo de Santa Bárbara: Arturo Prat, barrio Matadero, en barrio Estación frente a la bodega “San Fermín” y costado molino de Elías Antonio.
Hace ya varios años que, poseídos por los dioses de la innovación, la aventura y la modernidad, han emprendido su partida para esculpir ya un perfil de pueblo grande.
Edmundo Albornoz
En un atardecer de cielo rojo cuando los últimos rayos del sol despedían el día, me detuve a mirar hacia el interior de mi vieja Escuela de Hombres Nº12, la cual se encontraba en pleno desguesamiento.
Hasta ese momento me había resistido a aceptar que cada recuerdo atrapado en el tiempo no encontrase asidero y estuviera condenado a esfumarse en el aire producto de su demolición.
La sinfonía del olvido comenzaba a horadar mis entrañas y un labriego de tinieblas se empeñaba en cavar mis atardeceres. Seis años de mi primera infancia habían templado mis sueños de niño entre sus sombrías salas de clase.
Hito no menos importante en Santa Bárbara es “el cementerio general”, sin olvidar que había otro más antiguo (a unos 200 metros en dirección sur) que irónicamente fue sepultado por el tiempo y olvidado por quienes no lo vieron como parte de la historia del pueblo; y hoy plantado de eucaliptos y maleza se oculta como un vago recuerdo entre quienes aún la memoria lucha por no fenecer.
Desde los inicios de su creación con imponentes mausoleos y nichos con marmoleadas lapidas ha sido una interesante historia llena de recuerdos algunos muy tristes otros de una equilibrada resignación.