Era el lugar de encuentro y el oasis del viajero que agobiado por el intenso caminar le proporcionaba la danzante y cristalina agua liberada con parsimoniosa dádiva de un plateado tubo encorvado incrustado en su pétreo cuerpo de cemento y arena.
Pilones en la actualidad en pleno descanso
Los pilones eran un elemento espacial que imprimía la imagen del pueblo y generaban un punto de convergencia social de diferentes realidades y estratos.
Punto de encuentro para los jóvenes que concertaban citas amorosas donde se gestaron muchos matrimonios, epicentro de las peleas de niños que después de la pichanga con la típica pelota de trapos acudían a sacarse la transpiración, muchas veces poniendo el tapón para cubrir el orificio de desagüe transformándolo en una improvisada piscina. Surtidor de agua para regar las huertas de las casas aledañas donde una variedad de baldes, cántaros y tarros se veía llegar como una hilera de hormigas.
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Pilón, lugar de encuentros y de romances
A mi memoria viene el recuerdo de una inolvidable disputa protagonizada por dos conocidos jóvenes del pueblo.
Celso, era el nombre de quien apodaban “pitica”, conocido por lo peleador, molestoso, matón y pendenciero.
Era un muchachón de unos 17 años, robusto cuerpo, mirada indiferente, descuidado vestir, hispida cabellera y ya a esa edad un surco profundo en su rostro a raíz de una afilada navaja que se había paseado por su cara en una riña con un trashumante de la zona. Todos los más pequeños le temíamos y tratábamos de huir cuando su presencia se manifestaba por el barrio.
Recuerdo que en una oportunidad cuando mi madre nos ordena ir a buscar leña a la isla junto a mi primo Juan nos intersecta en medio de la recolección de maderas. Era un caluroso día de verano y como era típico las manifestaciones de vida en esa isla eran notorias. Cigarras que no callaban, hormigueros con una nutrida actividad, tábanos y coliguachos que giraban en círculo en torno a uno y que al menor descuido te mordían causándote un profundo dolor. Fue el momento en que el Pitica nos ordenó sacarnos nuestros zapatos e introducir los pies en medio de un hormiguero donde miles de bichos se desplazaban de un lado a otro con un grado de desesperación. Nuestros descalzos pies fueron testigos de la agraciada broma de este personaje.
Niños del barrio estación jugando frente a la bodega San Fermín
Esteban, un joven querido en nuestro barrio, respetuoso, ordenado enjuta estructura, con 15 años a cuestas se había ganado el aprecio de quienes le conocíamos.
Ambos se encontraron en el pilón del barrio Matadero. A poco tiempo transcurrido, Celso se empeñó en molestar en forma insistente a Esteban, le mojaba la oreja con saliva, le pisaba la punta de los pies y como si esto no bastara comenzó a mencionarle en forma despectiva a toda su parentela, hasta que la paciencia tuvo un límite.
Esteban, con su parsimonia acostumbrada, comenzó a despojarse de su camisa y poniéndose en posición de combate representaron la escena de David y Goliat.
Pitica con una risa irónica se acercaba demostrando pleno dominio de la pelea, pero sorpresivamente en cada acercamiento recibía uno o dos golpes que lo hacían trastabillar hacia atrás y a mostrar las consecuencias en su rostro. La gente comenzaba a aglomerarse y a dar muestras de adhesión a Esteban que con una seguridad absoluta esquivaba los embates de Pitica y acertaba golpe tras golpe a su adversario.
- ¡Buena chico!
- ¡Pégale chico!
- ¡Dale chico!
- ¡Así se hace chico!
Quince minutos le bastaron a Esteban para dejar Knock Out a su adversario quien de manera semi inconsciente con gran dificultad se puso de pie después del último golpe recibido y huyendo despavorido del lugar optó por alejarse definitivamente del barrio, por donde nunca más se le vio.
Ya retornada la tranquilidad, la multitud que se había concentrado en el lugar: vecinos, señoras con guagua, campesinos, ancianos, niños, etc. Mostraban un aire de satisfacción por el resultado de la pelea.
Lo sorprendente es que un esmirriado curioso que era el que más había alentado a Esteban gritando en forma impetuosa el “dale Chico”, se acercó a Esteban y con un grado de timidez le preguntó:
-Dime, chico, ¿por qué le pegaste tan duro a ese maleante?
Esteban con un aire de triunfo y sarcasmo le contestó:
- ¡Porque me dijo “chico”!.