EL CEMENTERIO

Hito no menos importante en Santa Bárbara es “el cementerio general”, sin olvidar que había otro más antiguo (a unos 200 metros en dirección sur) que irónicamente fue sepultado por el tiempo y olvidado por quienes no lo vieron como parte de la historia del pueblo; y hoy plantado de eucaliptos y maleza se oculta como un vago recuerdo entre quienes aún la memoria lucha por no fenecer.

Desde los inicios de su creación con imponentes mausoleos y nichos con marmoleadas lapidas ha sido una interesante historia llena de recuerdos algunos muy tristes otros de una equilibrada resignación.

Al ingresar en los años 60, era común que los curiosos muchachitos nos íbamos directamente al panteón, que estaba conformado por un descuidado aposento de una profundidad de tres metros y una cuadricula de 3m por 3 m. donde se depositaban los huesos de los cadáveres NN y en donde se veía claramente los esqueletos muy completos y en diferentes posiciones (algunos sentados, otros tendidos, incluso otros de pie) a través de una inexistente tapa, quizás para facilitar la visión a los inocentes exploradores.

Desde una esquina aparecía el panteonero de apellido Salamanca, secundado por su hijo “El Nano”, quien empujando una esmirriada carretilla de ruedas de fierro transportaba ladrillos y mezcla de cemento para construir una nueva tumba que serviría de morada final al último difunto traído al camposanto.

Nano Salamanca se transformó por muchos años en un personaje típico del pueblo. Querido por todos por su simpatía y su encomiable voluntad. Vivía 10 metros fuera del cementerio pero ello era tan natural que no conocía el miedo.

Hernán Salamanca Ramírez, histórico panteonero del cementerio de Santa Bárbara

Siempre nos decía

- “A los muertos no se les debe tener miedo… a los vivos sí. Una persona viva te ataca, te asalta, te quita el dinero o te agrede, en cambio un muerto no te hace nada”

Las tertulias con “el Nano”, como cariñosamente le llamábamos eran siempre entretenidas y muy graciosas.

Nos contaba una vez se había impactado con un difunto, era el cadáver de una señora de aproximadamente 50 años que por esas decisiones administrativas había que trasladarla de tumba. La mujer había fallecido hacía un mes y para los efectos de traslado hubo que sacarla del nicho donde provisoriamente la habían sepultado, para luego enterrarla en una tumba en tierra.

La sorpresa grande fue al abrir el féretro y ver un rostro arañado con sus propias uñas en que aún se observaban muestras de sangre aun rojiza y seca producto de la desesperación al despertar en el féretro eventualmente declarada por muerta cuando poco se sabía de los ataques de catalepsia.

-Yo veo siempre difuntos que se pasean por los pasillos y otros que se sientan a conversar sentados en sus propias tumbas, nos comentaba.

-“La única vez que he sentido miedo de verdad- nos relataba- fue en una oportunidad en que enterraron un poco tarde el difunto. Esto me demoró bastante para dejar terminada la obra gruesa de su tumba. Ya estaba anocheciendo y la tarea la concluí ya sin luz natural.

Me fui a casa con las herramientas en una carretilla y una bolsa de cemento a medio usar. Mi madre me sirvió comida y cuando me disponía a acostarme el silencio de la noche fue interrumpido por un relámpago seguido de un bullicioso trueno.

- Vaya, se va a poner a llover esta noche. Dice mi madre.
- Entonces voy a tener que ir a ponerle un nylon a la tumba que estoy construyendo, porque si llueve se me va a desarmar todo el trabajo hecho.

- Si hijo, vaya a cubrir su trabajo y abríguese con este chal para que no se resfrié.

Dirigí mis pasos hacia la tumba y alumbrándome con un chonchón (lamparín a parafina), con un trozo de nylon en una mano y con la otra aferrando fuertemente el chal de lana que me facilitó mi madre.

Llegué al lugar y prolijamente fui tapando el fresco cemento de la tumba recién hecha mientras ya la intensa lluvia me amenazaba golpeando con ímpetu mi cabeza que cubría a ratos con la cobija que el viento se esmeraba en arrebatármela.

Concluido mi cometido me dispuse a regresar a casa y al dar un giro e iniciar mi caminata alguien me sujetó la manta desde atrás. Fue el momento en que en forma despavorida arranque del lugar como alma que arranca del diablo y pasando por encima de la tumba tropiezo para luego seguir mi estampida olvidándome de la mezcla fresca y del chal y de todo. El chonchón quedo a medio camino y los bototos que los tenían sin cordones quedaron por el camino.

Me refugie en los brazos de mi madre y después del pavor pasado me fui a acostar.

Al día siguiente y muy temprano me envalentoné y fui a ver mi obra.

No pude más que ponerme a reír a grandes carcajadas cuando veo el chal de mi madre enredado en la cruz y mis propios pasos sobre la ya endurecida mezcla y reprochándome por la trágica interpretación que había dado al enredarse la mantilla en la cruz”.

Reíamos con las sabrosas historias y recuerdos que se aglomeraban en la garganta de Nano e incrementábamos las risas con los tartamudeos de nuestro amigo.

Nos expresaba con una picarona actitud:

En una oportunidad que se realizaba el entierro de un difunto, un borrachito llega atrasado al responso final.

Una señora que trataba de consolar a todos los presentes se acerca a nuestro ebrio personaje y le dice:

-“A todos nos tocará”

El hombre sorprendido y a punto de espantársele la mona, de inmediato le contesta.

- ¿Que lo van a repartir?

- Ja, ja, ja

Y continuaba con sus chascarros. Alzaba su vista al cielo, como si la ayuda memoria la tuviese escrita arriba:

Un niño de “la once” (población 11 de septiembre, ex René Schneider) estaba conversando con su mejor amigo. Mira el calendario y dice:

- Hace 15 días que mi tío descansa en paz.
Al oír esto el amigo le dice:
- Oye Anibal, por qué no me dijiste nada sobre la muerte de tu tío.

Y Aníbal respondió:

- ¡Cómo crees si la que murió fue mi tía!
- Ji, ji, ji

Y tartamudeante Nano, nos promete los dos últimos chascarros ocurridos en el camposanto, mientras golpea dos herramientas de albañilería para que se despegue el cemento adherido a ellas.

Hace muy poco, otro borrachito tomando cerveza en el panteón que esta allá en el fondo (apuntando con su índice) de pronto se le cae su cerveza al fondo y entre su borrachera se pone a llorar.

En eso pasa una señora que le va a dejar flores a su marido y ve al borracho llorando, y se le acerca y le dice:

- ¿Familiar?

Y el borracho le contesta:

-¡No, de a litro!

- Je, je

Y para terminar, nos dice:

- Para el 1º de noviembre, muchas personas acuden a este cementerio a visitar a sus familiares y amigos difuntos. Hace dos años, mientras todos ofrendaban flores y lloraban a sus muertos, Samuelito sollozaba, al tiempo que ponía un plato de arroz, como ofrenda para su muertito. Un tipo que lo veía de reojo le preguntó en tono de burla:
- ¿A qué hora sale a comer el arroz tu difunto?

Samuelito con seriedad contesta:

- A la misma hora que el tuyo sale a oler las flores.
- Ji, ji, ji

Nuestro amigo Hernán era muy especial, su ímpetu y generosidad comunicacional le provocaba un tartamudeo a modo de atolladero en que las palabras no le salen por largo rato, lo que le provoca un silabeo pegado en un solo monosílabo y luego de un grado de desesperanza le salen las palabras cual metralleta disparando frases en abundancia. Al sonreír, y destacar su rostro de viejo cuero como un añoso pergamino, unas prominentes arrugas parecían instalar donairosas comillas en los extremos de su boca.

Se le veía con mucha frecuencia riendo a carcajadas con nuestro amigo Azorín Mella, quien sentado al borde de una tumba recordaba una de las singulares intervenciones de Nano en un entierro.

Comenta que con la solemnidad acostumbrada cuatro panteoneros (incluyendo al nano) recibieron al difunto en la puerta de entrada.

Cuando se acercaba el cortejo con el difunto, Azorín le pregunta a nuestro amigo Nano:

-¿Cómo murió el fallecido que traen?

Nanito le contesta:

-Parece que en una pelea, porque en el letrero dice "SEPELIO", pero no dice con quién.
- Ja,ja ,ja

Luego tirando el carro mortuorio condujeron al extinto hasta el hoyo que habían cavado para tal sepultación.

Nano más que tirar el carro se afirmaba en el para no perder el equilibrio producto de la ingesta alcohólica que había efectuado en ayunas, lo que lo tenía más que mareado.

Luego disimulando su embriaguez permaneció de pié junto a sus tres compañeros haciendo un esfuerzo considerable para no desplomarse al suelo ante la presencia de los dolientes.

El cura del pueblo hizo un responso y uno que otro familiar del interfecto se dirigió la concurrencia con palabras de agradecimiento y al difunto destacando todos sus valores positivos demostrados en su vida.

Nuestro amigo cerraba los ojos a ratos luchando para no quedarse dormido, pero escuchando con mucho respeto cada soliloquio

Culminado este segmento se procedió a depositar con cuerdas el féretro al fondo de la fosa de unos dos metros aproximadamente. Inmediatamente las paladas de tierra comenzaron a cubrir el féretro por los cuatro costados. La suerte que había tenido nuestro amigo Nano, concluyó en ese momento, pues, ante la angustiosa vista de los deudos y el cerco de llantos de las mujeres, Nano pierde el equilibrio y se va de cabeza adentro del hoyo con pala y todo no sin antes recibir una decena de paladas de tierra de los distraídos panteoneros que lo dejaron a medio enterrar transformando los llantos en una tragicómica situación al ver a nuestro amigo al fondo de la tumba abrazado al ataúd semiinconsciente y empapado en tierra.

Nano en el fondo de la fosa

En memoria de nuestro querido amigo Hernán Salamanca, “nano” para todos y como una especial forma de recordarlo y reconstruir frases graciosas que en este y otros cementerios se leen tanto en los letreros como en las lapidas algunos epitafios que al margen de la seriedad y el dolor, causan jocosos análisis y divertidos comentarios.
Entre ellos se pueden citar algunos como los siguientes:

Lapidas y epitafios graciosos
Al ingresar al cementerio de Santa Bárbara se lee: “Bicicletas, triciclos, solo de “apie”, evite multas”, más allá dice “No subirse a las cepulturas, podría ser la suya”

Letreros en el cementerio de Santa Bárbara

Nichos en el cementerio de Santa Bárbara

Recordaba también una lápida que decía: “Señor, recíbela con la misma alegría con la que yo te la envío”. Su esposo.

En el antiguo cementerio se leía en una lápida erigida por la suegra al yerno: "Descansa hasta que volvamos a encontrarnos".

-En la tumba del marido, aparentemente escrito por su señora se leía en la lápida: "La próxima vez te haré caso".

En una de las tumbas de mármol más recientes se leía: "Aquí yace la esposa del maestro Pablo Salamanca, marmolista de profesión. Esta hermosa tumba fue erigida por su esposo Pablo en memoria suya y como modelo. Solo cuesta trescientos mil pesos, contactarse al teléfono 5874371”.

Todo esto me hizo recorrer la historia de muchos cementerios con esas inscripciones que se escriben en las lápidas de las tumbas que pueden evocar mucho sentimiento y también esbozar una sonrisa, desde el clásico y minimalista QEPD a algunos que son auténticos ejercicios de ingenio.


Los epitafios que a continuación se recrean es parte de la recopilación de ellos:

“Tanta paz encuentres, como tranquilidad me dejas”

“Aquí yace mi suegra, fría como siempre”

“Ya estás en el paraíso… y yo también”


En otro cementerio se encontraba en una lápida: “Sus hijos y su marido la añoran… su yerno no”


-Lo escribió el marido en la tumba de la esposa: "Pronto estaré contigo". Tras morir el marido, un conocido, al ver las fechas tan distantes de fallecimiento, escribió debajo: "Creí que no venías".


-En un cementerio de Madrid: "Aquí estoy con lo puesto, y no pago los impuestos".


En la tumba del célebre transformista fallecido en 1936 se leía: "Aquí descansa Leopoldo Fregoli llevó a cabo su última transformación."


-En el cementerio de Minnesotta: "Fallecido por la voluntad de Dios y la ayuda de un médico inepto"


-En una tumba del cementerio de Guadalajara: "A mi marido, fallecido después de un año de matrimonio. Su esposa, con profundo agradecimiento".


En la sepultura de un aprensivo que creyendo estar muy enfermo, se curaba con mejunjes y otras hierbas: «Aquí yace un español, que estando bueno quiso estar mejor».

En la tumba de una tía fea, fea, feísima, se leía e interpretaba con claridad: «Al fin polvo».

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