ESCUELA Nº 12 DE SANTA BARBARA

Edmundo Albornoz

En un atardecer de cielo rojo cuando los últimos rayos del sol despedían el día, me detuve a mirar hacia el interior de mi vieja Escuela de Hombres Nº12, la cual se encontraba en pleno desguesamiento.

Hasta ese momento me había resistido a aceptar que cada recuerdo atrapado en el tiempo no encontrase asidero y estuviera condenado a esfumarse en el aire producto de su demolición.

La sinfonía del olvido comenzaba a horadar mis entrañas y un labriego de tinieblas se empeñaba en cavar mis atardeceres. Seis años de mi primera infancia habían templado mis sueños de niño entre sus sombrías salas de clase.

Una porfiada lágrima se asomaba en mis ojos; y refugiado yo en mi soledad intentaba luchar mentalmente para que esa cruda realidad no tiñese de gris mis días.

Nunca más palparía las paredes y pisos donde muchas veces incineramos los odios y los temores de inocente vivir. Nunca más treparía en la inmensa escalera de dos peldaños o me desplazaría por los anchos pasillos de un metro y medio.

Sala de clases del profesor Abraham Pedrero, Escuela N°12

Hoy más que ayer esa realidad que hace redoblar esfuerzos para mantener vivo el color y el perfume de los recuerdos hacen irrupción cuando la máquina humana está a merced de caminos de la decisión y cuando la realidad nos ronda con pinceladas de locura.

Una sala de clases con su amplio piso entablado exhalaba el típico olor a cera y petróleo con lo cual se le sacaba brillo a sus agrietadas tablas y sus longevas paredes de adobe, que habían sido pintadas con rigurosidad para exhibir orgullosas las imágenes literarias que nuestro profesor se esmeraba en grabar en forma indeleble en nuestras memorias. Nuestra sala evocaba la figura literaria del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.

Los pupitres de madera embadurnados por el tiempo y llenos de cicatrices exhibidas por el uso, se quejaban cada vez que nos posábamos sobre ellos. Un orificio redondeado para el tintero y un acanalado surco para retener el lápiz marcaban la identidad de estos bártulos.
Sepultados ya bajo los escombros de mi antigua escuela van quedando sin esfumarse al aire los fugaces recuerdos de mi primer maestro (el mejor de todos): Abraham Pedrero. Una Flora Cavada, un profesor Gallardo, un Riquelme, un Señor Cid, un Vital Delgado, una señora Taly y finalmente también uno de los grandes… Benito Yáñez Vallejos.

Veo sus siluetas y con más claridad sus rostros imborrables, luchando por mantener los recuerdos que se debilitan en el sepia adormecido de la lejana luz, mientras con metálico sonido va apagándose lenta la broncínea campana de la amnesia.

Se agolpan a mi memoria los recuerdos de mi más tierna infancia, en que nuestro querido maestro Abraham Pedrero a sus 18 años de edad, asumía la responsabilidad de enseñarnos a leer y escribir y junto a ello se esmeraba en crear una banda de guerra donde participaban con pasión alumnos y profesores que perseveraban en conseguir los instrumentos necesarios a suerte de peticiones y humillaciones a soportar en la antesala de los poderosos.
Nacía este grupo que llenara las calles de alegría y donosura.

Grupo de lobatos frente Escuela N°12 año 1959
Profesor Abraham Pedrero y grupo scout de la Escuela N°12

Un grupo de Boy Scout, secundaba a la entusiasta banda en los desfiles con sus “báculos”, sus pantalones cortos, sus medias a la rodilla y sus amarillentas blusas; levantaban el polvo de las descuidadas calles, con pasos marciales a un solo golpe de taco.

Más atrás, los lobatos que no teníamos más de 7 u 8 años, completábamos la procesión. Agrupados en filas inicialmente rectas tratábamos de disimular nuestros disimiles pasos.


Grupo de lobatos y desfile banda, scout y lobatos frente a Escuela N°12 año 1958

¿Será este recuerdo como lo describiera un poeta como la esperanza tardía y la lluvia temprana que se encuentran en un ilimitado mundo onírico… y ello impulsa a que estemos siempre recordando, imaginando, esperando, anhelando y ahora finalmente encontrándonos por el entonces con un candado con eslabones de sabiduría que trata de impedir el acceso al atolladero de la inocencia?


Profesores y grupo scout de Escuela N°12, en Malla Malla, año 1959

Puente Colgante año 1957

Cómo no recordar profesores que tras largas horas de enseñanza, en más de alguna oportunidad les vimos bajar su marchita mirada, en donde se asomaba con tristeza y timidez una furtiva lágrima. Desconsolados por tanto trabajo, muchas veces remunerado con el trofeo de la indiferencia y el desprecio. Otras veces denotando su desconsuelo al ver que sus anhelos de enseñanza fueron muchas veces ignorados por lo que debíamos escuchar para aprender.

Hoy deberán sentirse orgullosos de haber educado a tantos hombres y mujeres de bien, de haber suavizado tantas veces el desamparo de los primeros días de escuela y de habernos llevado de la mano por los laberintos del abecedario y la cultura.

Egregios Maestros de la Educación: Ruth Larenas, Gladys Manosalva, Vital Delgado, Gloria Campos, Gilberto Cabezas, Benito Yáñez, Gerardo Luengo, Mila Hidalgo, Iván Ferreira, Manuel Pradenas y Edison Cid.

Recuerdo a mi gran Maestro Abraham Pedrero que nos decía en forma recurrente que la tarea del educador no es podar las selvas, sino regar los desiertos, o mi egregio profesor Benito Yáñez a quien alguna vez le escuché decir a otro colega de profesión “Si los niños vienen a nosotros de familias fuertes, saludables y funcionales, hacen nuestro trabajo más fácil. Si ellos no vienen a nosotros de familias fuertes, saludables y funcionales, hacen nuestro trabajo más importante”.

Creo que estos recuerdos serán el mejor homenaje que servirá para pagar esta deuda de gratitud a esa generación de profesores de verdad.

Para romper la nostalgia de este recuerdo traigo a la memoria de esta simbólica escuela, la participación en un acto cívico de un compañero de sexto año primario que en un número humorístico hacia apología de su fealdad, la que tomaba con mucha resignación.

De pie sobre un estrado de madera al fondo de un amplio pasillo decía:

Mi profesor me ha pedido que les cuente mi experiencia de haber nacido feo, lo cual no me preocupa.

Si…
…Yo era tan feo que, cuando nací, el médico preguntó dónde estaba la cámara oculta. Tan feo que, cuando nací, el doctor me tiró al aire y dijo: "si vuela es murciélago", y luego me tiró en el agua y dijo: "si nada, es cocodrilo".

Al nacer, el doctor me dio la cachetada en la cara. Luego fue a la sala de espera y le dijo a mi padre: "Hicimos lo que pudimos... pero nació vivo", y en lugar de felicitar a mi papá, lo golpeó.

Era tan feo, que mi madre, cuando nací, no sabía si había sido un mal parto o un problema estomacal. Incluso, mi mamá no sabía si quedarse conmigo o con la placenta.

Como era prematuro me metieron en una incubadora... con vidrios polarizados. Era tan feo, que cuando nací no lloré yo… ¡lloró el doctor, mi papá y mi mamá! Mi madre nunca me dio el pecho porque decía que sólo me quería como amigo, así que en vez de darme el pecho, me daba la espalda. Era tan feo que a los 3 meses aprendí a caminar, porque nadie me alzaba.

Cuando era chico, me acariciaban con una rama. Era un niño tan feo, que un día mi mamá me llevó de camping a la fuente de agua y en la noche, los coyotes prendieron fogatas para que no me acercara.

Cuando jugaba a las escondidas nadie me buscaba. Nací tan feo que cuando era niño, por las noches, mi "ángel de la guarda" dormía en la habitación de al lado.

Yo siempre fui muy peludo: a mi madre siempre le preguntaban: "Señora, a su hijo ¿lo parió o lo tejió?" Mi padre llevaba en su billetera la foto del niño que venía cuando la compró.

Pronto me di cuenta que mis padres me odiaban, pues mis juguetes para la bañera eran un radio y un tostador eléctrico. Una vez me perdí, y le pregunté al carabinero si creía que íbamos a encontrar a mis padres; me contestó: "No lo sé; hay un montón de lugares donde se pudieron haber escondido".

Era tan feo que me exhibían en una feria por teléfono. Cuando me despertaba, el sol se escondía. Era tan feo, que no podía dormir, porque cuando venía el sueño, lo espantaba. De lo feo que era me dolía la cara. Era tan feo que los ratones me comieron el carnet y dejaron la foto.

Cuando fui al zoológico los monos me tiraban galletitas. Mis padres tenían que atarme un trozo de carne al cuello para que el perro jugara conmigo. Cuando me secuestraron, los secuestradores mandaron un dedo mío a mis padres para pedir recompensa. Mi madre les contestó que quería más pruebas.

Tuve que trabajar desde chico. Trabajé en una veterinaria en Los Ángeles y la gente no paraba de preguntarme cuánto costaba yo.

Un día llamó una chica a mi casa diciéndome: "Ven a mi casa que no hay nadie”. Cuando llegué, efectivamente no había nadie. Era tan feo que el psiquiatra me hacía acostar boca abajo. El psiquiatra me dijo un día que yo estaba loco. Yo le dije que quería escuchar una segunda opinión. "De acuerdo, además de loco eres muy feo", me dijo.
Una vez, cuando me iba a suicidar tirándome desde la terraza de un edificio de 50 pisos, mandaron a un cura a darme unas palabras de aliento. Sólo dijo: "En sus marcas, listos..."

El último deseo de mi padre antes de morir era que me sentara en sus piernas. Lo habían condenado a la silla eléctrica...
Era tan feo, pero tan feo, que cuando mandé mi foto por e-mail, el antivirus la detectó. Era tan feo que me miraban dos veces porque la primera no se lo creían. Me echaban del tren fantasma porque "asustaba demasiado". Era tan feo que asustaba hasta los ciegos.

Cuando me miraba en el espejo, el reflejo se hacía a un lado. Hacía llorar a las cebollas. Una vez tiré un boomerang y éste no regresó nunca más.

Cuando iba al banco, apagaban las cámaras de seguridad. Era tan feo que cuando fui a la casa de los monstruos... regresé con una solicitud de empleo. Sí, amigos, yo era tan feo, tan feo, que una vez me atropelló un auto en Mañil... y quedé mejor. Y ahora estimados compañeros de esta hermosa escuela N°12 de Santa Bárbara… soy, apenas... feo.
- Ja,ja, ja, se oían las risas empapadas en aplausos.

Finalmente desde las ruinas de la Escuela N° 12 floreció otro campo del saber, un campo hecho jardín con tiernas flores en capullos protegidos por el sol de la instrucción y otros maestros hacen Patria luchando día a día con una desinteresada abnegación y sacrificio por engrandecer la formación de los niños y jóvenes santabarbarinos: Escuela Enrique Bernstein Carabantes.

Arriba: Profesores Mila Hidalgo, Iván Ferreira Sánchez, Benito Yáñez Vallejos, Jaime Beroiza Toloza, Miguel Beroiza Toloza, Sres. Erasmo Zavala, Alcides García. Abajo: Curso 6° año básico año 1973 de la profesora Mila Hidalgo

Un último recuerdo se da en memoria del querido y apreciado Benito Yáñez:

Un día la madre le dice a su hijo:
- Benito, Benito, despierta.
- ¿Que pasa mamá?
- Es hora de levantarse, tienes que ir a la escuela.
- Tengo mucho sueño mamá, no quiero ir.
- Benito, tienes que levantarte. Primero, porque son las 8 de la mañana. Segundo, porque es tu obligación y tercero porque eres el Director de la escuela.
- Ja, ja, ja

 

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